| Nilo Casares on 5 Dec 2000 18:45:16 -0000 |
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| [nettime-lat] si he entendido bien, esto es un lugar de reflexión |
así que gustaría empezar contrastando un análisis en el que llevo
metido un tiempo, me gusta pensar como otros artistas hacen, a la
manera del 'work in progress', en desarrollo, sin conclusiones (sobre
todo porque no las creo posibles), como se me presenta la oportunidad
de poder enfrentar mis reflexiones a otros más capaces que yo, aquí
van.
espero vuestras aportaciones, gracias.
apunte: las notas al pie se señalan con el viejo sistema
mecanográfico de situarlas entre paréntesis, lo hago así para poder
hacer un envío en texto puro sin el recurso al texto enriquecido, que
tantos problemas da a veces.
p.s.: aprovecho la ocasión para presentarme.
++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++
Angeli Novi
L'art moderne a puisé la conscience de sa spécificité dans le grand
rassemblement, toutes époques et toutes cultures confondues, opéré
par les musées. Les musées ont été inventés par les sociétés
démocratiques pour que soient restitués aux peuples les emblèmes de
leur génie et les traces de leur histoire. Au travers des musées,
l'art moderne est le produit des sociétés démocratiques; il est donc
logique qu'il en devienne l'ultime point en fuite quand ses sociétés
tout entières s'absorbent de plus en plus dans leur fonction
muséographique. (Catherine Millet: L'art contemporaine en France.
Paris, Flammarion, 1998. 303).
El museo, antes lo intentó con la biblioteca, es el primer lugar que
la cultura occidental se otorga para suspender el tiempo en sus
objetos, en él se cuestiona la autoridad de un tiempo por nadie
puesto en duda en sus vidas pero discutido por todos en nuestras
obras; además, la mezcla, impuesta por el capricho científico a las
cosas expuestas, consigue que pocos lugares resulten más democráticos
y paradójicamente cotidianos (desde una perspectiva del hoy apuntada
más abajo) que el inmaculado espacio museístico; así, ver lo
angelical encarnarse en un museo resulta tan inmediato como afirmar
que a ese mismo museo la vida, y su tiempo, le está vedada; como
tampoco resultará raro, por lo dicho, si afirmo que un director de
museo es el acomodador de cementerio mejor pagado.
Titulo a este bosquejo Angeli Novi en honor al cuadro (1) que, de
Klee, Walter Benjamín llevaba en su pequeña maleta cuando decidió
quitarse la vida, su aquí y ahora, en un instante nada angélico de la
realidad europea.
Hay un cuadro de Klee que se titula Angelus Novus. Se ve en él un
ángel al parecer en el momento de alejarse de algo sobre lo cual
clava la mirada. Tiene los ojos desencajados, la boca abierta y las
alas tendidas. El ángel de la historia debe tener ese aspecto. Su
cara está vuelta hacia el pasado. En lo que para nosotros aparece
como una cadena de acontecimientos, él ve una catástrofe única, que
acumula sin cesar ruina sobre ruina y se las arroja a sus pies. El
ángel quisiera detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo
despedazado. Pero una tormenta desciende del Paraíso y se arremolina
en sus alas y es tan fuerte que el ángel no puede plegarlas. Esta
tempestad lo arrastra irresistiblemente hacia el futuro, al cual
vuelve las espaldas, mientras un cúmulo de ruinas sube ante él hacia
el cielo. Tal tempestad es lo que llamamos progreso. (Walter
Benjamin: Tesis de Filosofía de la Historia [1940], en Angelus Novus.
Barcelona, Editorial Sur, 1970. 82).
La condición angélica del hombre aparece cuando las nuevas
tecnologías de la información refuerzan el ahora y anulan el aquí de
la condición humana gracias a la televisión, teleaudición y la,
anunciada como inmediata, telepresencia; todo esto lleva al hombre a
una dualidad, ora corpórea ora angélica, de difícil asimilación para
el ciudadano común.
En la filosofía escolástica se habla de un aquí y ahora de la
realidad del hombre, su hic et nunc según esa cima que representa la
Suma Teológica de Tomás de Aquino, donde podemos encontrar, también,
un minucioso Tratado sobre los Ángeles que, entre las cuestiones 50 y
64, estudia su naturaleza, operaciones y origen. Seguiré, como apoyo,
la edición de 1959 realizada en Madrid por la B.A.C. para observar
cómo los nuevos tiempos occidentales están trascendiendo ese aquí del
hombre, su condición espacial, de dos maneras, porque «no hay para
qué hablar de que el ángel sea medido por el lugar ni de que ocupe un
sitio en lo extenso, ya que éstas son cosas peculiares del cuerpo
localizado, por cuanto tiene cantidad dimensiva.» (Suma Teológica, 1
q.52 a.1).
La primera de ellas se da cuando el hombre (occidental) adopta la
forma de televidente, teleoyente, teletrabajador, telepresente; así,
nuestro autor, apunta que «el ángel puede en determinado instante
estar en un lugar, y en otro instante en otro, sin necesidad de que
entre ellos medie tiempo alguno.» (1 q.53 a.3), un estado que
conduce, en el ciudadano occidental, a un conocimiento de la realidad
telescópico. Si la televisión es una ventana al mundo, en ese preciso
instante, el mismo mundo se convierte en un patio de colegio y te
hace vecino del hombre más lejano (a la vez que te permite odiar a tu
vecino físico, pero esto es una consecuencia ético-política que ahora
no interesa). Bien, el televidente no tiene un locus propio, su
espacio es el mundo completo empequeñecido por su visión telescópica
(queda muy bien reflejado el estatuto de la televisión con ese «ver
sin estar» tan empleado por Emilio Lledó).
Cuando se instaura la sustitución de la ideología por el sentimiento
nos encontramos ante el segundo momento de lo angelical que nos
transporta a una rotunda disminución del mundo, fruto de la supresión
de las fronteras físicas entre estados. Ejemplo, la actual política
de solidaridad impone al hombre una razón sentimental basada en la
mera distinción entre lo bueno y lo malo sustentada por las ONG, esto
nos lleva a la condolencia con quien sufre sin mirar más lejos, tal
espíritu piadoso acaba con las barreras, deshace la condición
espacial del hombre, para convertirlo en puro aquí del dolor; soy,
estoy, con quien me (se) duele, soy el ahora de la compasión para
renunciar al aquí de la ideología que distingue los quién conforme a
sus coincidencias con mis fines; los fines ideológicos como metas
espaciales del éxito de la razón, ¿es bueno que el malo sufra? El
absurdo de la simpatía dirá que no, no debe sufrir nadie, el
sentimiento manda y la razón ya no gobierna; el Doctor Angélico lo
confirma, «en los ángeles, fuera del amor gratuito, no hay otro amor
más que el natural, y por tanto, no hay amor electivo.» (1 q.60 a.2),
y, antes, «en cuanto que la inclinación natural le ha sido infundida
por el autor de su naturaleza.» (1 q.60 a.1) (2).
Como sea, se pierde el aquí del hombre para pasar a vivir un ahora
idílico y perpetuo, las cosas son en este momento, en aquel o en el
otro, por eso «El ángel está por encima del tiempo que mide el
movimiento del cielo, ya que está sobre todos los movimientos de la
criatura corporal. Pero, en cambio, no está por encima del tiempo que
mide la sucesión de su ser después de no ser, ni del que mide la
sucesión que hay en sus operaciones; y por esto dijo San Agustín que
Dios "mueve a la criatura espiritual en el tiempo"» (1 q.61 a.2). Un
síntoma claro de la dificultad que conlleva asumir esta nueva
condición utópica (u-topos: en ningún lugar) lo tenemos en el bisoño
usuario de teléfonos celulares y su »me encuentro en, »a mí qué me
importa donde tú te encuentres, hablo contigo que es lo que quiero,
no necesito saber el lugar desde el que hablas, necesito hablar [esto
lo sabe bien la publicidad cuando afirma que lo importante es hablar;
también lo reconoce Antón Reixa, «Porque hay algunos que ya no es que
seamos o estemos, sino que la vida, la tecnología y la angustia nos
ha llevado a la extraña y paradójica situación de decir
insistentemente la frase "estoy en el móvil" ... Por tanto, somos los
que podemos decir "estoy en el móvil" sin temor a ser considerados
enajenados. Poco más ... La frase "estoy en el móvil" ratifica
nuestra obsesión por ser y estar en algún sitio: la territorialidad
de nuestro deseo ... Pero estamos todos juntos en el móvil.
Estamos/somos en el territorio fracasado del "no lugar" (3).» (No
somos: estamos (en el móvil). Madrid, Diario 16, Extra 16 «Quiénes
somos», Martes 16 de Marzo de 1999)]. Pues bien, si el hombre pierde
sus raíces, ya puede volar, es puro ahora, mero tiempo sin espacio,
ya está en la casa de los dioses y conquista su condición angélica;
de eso hablo, del espacio ausente en el nuevo hombre occidental para
llegar al puro tiempo presente: estricta condición angélica. Porque
«El ángel es el Otro de Dios, sin el cual lo Mismo de Dios no sería
posible. La incursión, la recursión del Otro en el Mismo podría
servir de paradigma para una vasta gama de descubrimientos
antropológicos. (Régis Debray: El Arcaísmo Posmoderno. Lo religioso
en la aldea global. Buenos Aires, Manantial, 1996. 77).
Sobre este asunto, y en la presentación del catálogo de la exposición
TrashMedia (Valencia, CC Purgatori II, 1998), apunté, y, ahora anoto,
para mejor comprensión «El Principio Angélico, rector de muchas de
las producciones {artísticas} actuales, es el más propio de nuestros
días pues de él surge, de manera espontánea y concluyente, un
espíritu de nuestro tiempo al que el locus (lugar) de la acción ya no
importa porque todo tiende a una sincronía imposible sólo al alcance
de los dioses del pasado. Si observamos de cerca nuestras técnicas de
comunicación veremos al espacio perder una presencia que va siendo
ganada por la realidad de un tiempo que siempre se da al unísono
[Paul Virilio (4)]; de idéntica manera que vemos a los razonamientos
ideológicos desaparecer ante el avance de un sentimentalismo que lo
puede todo y que basa su estar en el mundo en la simpatía y compasión
[Alain Finkielkraut (5)], (como sucede con las multinacionales de una
lástima -ONG- que exprimen hasta no dejar gota); además, y para mayor
confusión, está creciendo un victimismo atroz que nos hace siempre
irresponsables (6) (nunca culpables, inocentes) de nuestros actos
hasta alcanzar ese grado angélico [Pascal Bruckner (7)] de bonhomía
que nos lleva a la perfecta expiación del pecado por su misma
imposibilidad. Simpatía, simultaneidad (o sincronía) y victimismo
hacen de nuestra realidad última puro vértigo angelical al que sobran
lugares y vecinos, tanto como exigen a las obras de arte dislocarse
por el espacio expositivo porque el locus del objeto ya no posee
importancia, realidad, sino que sólo se atiende a esa modificación en
el tempo de la percepción que permite a muchos estar al tiempo ante
la obra sin que ocurran interferencias, el espacio ha desaparecido y
la obra se ha dislocado por un territorio tal cual permitan sus
medidas variables [aquí también podríamos encontrar la presencia ya
tediosa de la forma red (8) (su concepto) como mal de época]. Otra
peculiaridad que conlleva la dislocación de la obra de arte
contemporánea es el incremento de las producciones realizadas a
propósito para un lugar y sólo para ése (ahora entendida, la
dislocación, en su sentido de pérdida de enraizamiento con el espacio
general al que se deben las artes plásticas, al ser sólo posible en
un lugar ideal bajo las especiales condiciones del momento de su
ejecución, un momento único al ser privativo del lugar contratado
para la ocasión (9)), asunto éste que contradice lo anterior apuntado
pero que en realidad sólo debela el intento del arte por mantener la
exclusividad de antaño, si las cosas se realizan para ése lugar, sólo
el propietario de tal lugar (grandes instituciones) puede financiar
el asunto (su disfrute), muy lejos del consumidor común, del pequeño
fetichista.»
Siguiendo los principios descritos podríamos considerar cada uno de
los ejemplares de la taxonomía de ángeles (sin atender a la forma
perifrástica Ángel de Yahveh para referirse a la Teofanía) referidas
por los tratados teológicos, donde se nos indica que estos entes se
dividen en nueve coros, según decisión del papa Gregorio Segundo:
Serafines (Metatron), Querubines (10), (Ruziel), Tronos (11)
(Zabkiel), Dominaciones (12) (Zadkiel), Potestades (Samael), Virtudes
(Miguel), Principados (Anael), Arcángeles (13) (Rafael (14),
secundado por Miguel (15), Uriel, Gabriel) y Ángeles (Gabriel,
auxiliado por Serafín, Querubín, Tarsis, Ariel); algunos autores, en
clara querencia hebrea, rescatan el décimo coro de Ángeles compuesto
por las Almas cuyo Ángel Superior sería el Alma del Mesías, como hace
Robert Fludd, y así nos lo recuerda Joscelyn Godwin (en su libro
Robert Fludd. Claves para una teología del universo. Madrid,
Editorial Swan, 1987), de quien tomo la anterior relación de nombres
propios de los miembros de los distintos coros (63 y 119), si bien
reducidos al número (de coros) dispuesto por Gregorio Segundo, como
ya advertí, sin excluir aquellos nombres que, procedentes de la
tradición apócrifa, no figuran en la Biblia. Puedo traer en este
momento, y como ejemplos que no voy a dar, un sinfín de obras
contemporáneas que serían vistas como repetición de las actividades
del Ángel Exterminador (16), por su inmersión en el estado de
perpetua violencia en que nos encontramos, acorde con las órdenes
recibidas por el referido Ángel Exterminador, y dentro de los nuevos
patrones del net-art y del arte digital, tipos de arte que poseen la
característica común de verse desmaterializados por la pérdida de su
fisicidad al recurrir a soportes no atómicos, según la expresión que
le gusta emplear a Nicholas Negroponte, conocido guru de la era
digital, pues la materia de su realidad la constituyen los puros bits
del código binario que sustenta la nueva infoesfera por la que nos
movemos, «Un bit no tiene color, tamaño ni peso y viaja a la
velocidad de la luz. Es el elemento más pequeño en el ADN de la
información. Es un estado de ser: activo o inactivo, verdadero o
falso, arriba o abajo, dentro o fuera, negro o blanco» (El Mundo
Digital. Barcelona, Ediciones B, 1995. 28); porque, en el punto
actual que habitamos, cabe tomar en cuenta la afirmación realizada
por Giorgio Agamben:
De alguna manera, la estética desarrolla la misma tarea que
desarrollaba la tradición antes de su ruptura. Volviendo a unir el
hilo que se ha despedazado en el entramado del pasado, la estética
resuelve ese conflicto entre lo viejo y lo nuevo sin cuya
reconciliación el hombre -este ser que se ha perdido en el tiempo y
que en él debe reencontrarse, y que por ello a cada instante está en
juego su pasado y su futuro- es incapaz de vivir ... De ser cierto,
es decir, si la obra de arte es el lugar en el que lo viejo y lo
nuevo tienen que arreglar su conflicto en el espacio presente de la
verdad, entonces el problema de la obra de arte y de su destino en
nuestro tiempo no es simplemente un problema más entre todos los que
pesan sobre nuestra cultura, y esto no es tanto porque el arte ocupa
un puesto elevado en la jerarquía de los valores culturales (que por
otro lado sufre cada vez más un proceso de disgregación), sino porque
lo que aquí está en juego es la misma supervivencia de la cultura,
desgarrada por un conflicto entre pasado y presente, que en la forma
del extrañamiento estético ha encontrado su extrema y precaria
conciliación en nuestra sociedad. Sólo la obra de arte le asegura una
fantasmagórica supervivencia a la cultura acumulada ... Así la
estética no es simplemente la dimensión privilegiada que el progreso
de la sensibilidad del hombre occidental le ha reservado a la obra de
arte como su lugar más propio, también es el destino mismo del arte
en la época en la que, al haberse roto la tradición, el hombre ya no
consigue encontrar, entre el pasado y el futuro, el espacio del
presente, y se pierde en el tiempo lineal de la historia. El ángel de
la historia, cuyas alas se han enredado en la tempestad del progreso,
y el ángel de la estética, que fija las ruinas del pasado en una
dimensión intemporal, son inseparables. Y hasta que el hombre no
encuentre otra forma de conciliar individual y colectivamente el
conflicto entre lo viejo y lo nuevo, apropiándose así de su propia
historicidad, parece poco probable que se produzca una superación de
la estética que no se limite a llevar su desgarro hasta el límite.
(El Hombre sin Contenido. Barcelona, Ediciones Áltera, 1998. 180,ss).
______________________________________
(1) Una acuarela fechada en 1920.
(2) Encuentro ayuda en Toni Negri, en su Carta a Massimo, Sobre Lo
Bello (15.12.1988), donde, tras indicar que «El arte no es el
producto del ángel sino la afirmación -cada vez el nuevo
descubrimiento- de que todos los seres humanos son ángeles.» (52,s),
concluye su reflexión con esta seguridad «Volvamos, para terminar, a
la definición, a la definición "republicana" de lo bello que opongo a
la definición "angélica". Entendiendo por republicana la tradición
que ve lo colectivo como base de la libre producción del ser. Para lo
bello, una excedencia, una innovación. Una libertad que es liberada,
cada vez más libre, cada vez más potente. Mientras que el ángel es el
símbolo de un déficit, de una relación que nunca se resolverá. Una
inesperada ilustración de la confusión del ser que se opone a la
construcción del ser y a su aclaración colectiva. Qué mal sabor de
boca tiene el ángel. Qué impotencia se sorprende expresando. En el
fondo, el ángel es todavía la demostración de un poder desengañado y
maligno.» (Arte y Multitudo. Ocho Cartas. Madrid, Trotta, 2000. 56).
(3) Si un lugar puede definirse como lugar de identidad, relacional e
histórico, un espacio que no puede definirse ni como espacio de
identidad ni como relacional ni como histórico, definirá un no lugar.
La hipótesis aquí defendida es que la sobremodernidad es productora
de no lugares, es decir, de espacios que no son en sí lugares
antropológicos y que, contrariamente a la modernidad baudeleriana, no
integran los lugares antiguos: éstos, catalogados, clasificados y
promovidos a la categoría de "lugares de memoria", ocupan allí un
lugar circunscripto y específico. (Marc Augé: Los «No Lugares».
Espacios del Anonimato. Una antropología de la sobremodernidad.
Barcelona, Gedisa, 1992. 83).
(4) En la entrevista publicada en el número 3 (1998) de Acción
Paralela entre Catherine David & Paul Virilio, Alles Fertig: Se acabó
(una conversación), podemos ver una referencia explícita a la nueva
condición angélica del arte «La instalación me interesa porque
plantea el problema del lugar y el no-lugar. Tomemos tres ejemplos.
En arquitectura, primero, el no-lugar del vestíbulo en la casa
burguesa, un espacio semi-público, semi-privado. La gente entra en un
espacio semi-virtual, porque entran sin haber sido invitados -como
por ejemplo lo hace el cartero. El segundo es la cabina de teléfonos,
que también es un lugar semi-privado y semi-público: no hay allí
otros cuerpos, tan sólo una voz. El tercero -que apenas ahora está
empezando a funcionar- es el portal virtual -la «cámara de llamada».
Una habitación habitada por el clon de tu invitado, su espectro.
Puedes ver al clon, él te ve, le saludas, hueles su perfume ... Lo
único que no puedes hacer es tomarte una copa de vino con él. ¡La
tele-cata todavía no es posible!
Ese es el ejemplo de la deslocalización definitiva, el encuentro
entre espectros, entre ángeles, la dislocación del encuentro real con
el otro.
El arte participa en esta situación. Su aquí y ahora está también
puesto en cuestión.»
Pero ya encontramos alusiones implícitas en El Desequilibrio del
Terror (1992, 69) «¿Se puede democratizar la ubicuidad, la
instantaneidad, la inmediatez, que son justamente los dones de lo
DIVINO, dicho de otra manera, de la AUTOCRACIA?», y en El Instante
Luz (1990, 105) «Aquí [en una comunicación interactiva en tiempo
real] el acontecimiento no tiene lugar o, más exactamente, tiene
lugar dos veces; el aspecto tópico cede entonces su lugar al aspecto
teletópico; la unidad de tiempo y de lugar es desdoblada entre la
emisión y la recepción de señales, aquí y allá al mismo tiempo,
gracias a las proezas de la interactividad electromagnética.», ambos
recogidos en Un Paisaje de Acontecimientos (Barcelona, Paidós, 1997).
Aunque, el problema de la dislocación del hombre contemporáneo, y de
su arte, «Al quebrar la unidad del ser, las dimensiones fraccionarias
del espacio cibernético permiten transferir a un impalpable DOBLE el
contenido de nuestras sensaciones, suprimiendo, junto con la
distinción adentro/afuera, el hic et nunc de la acción inmediata.»
(El Arte del Motor. Aceleración y realidad virtual. Buenos Aires,
Manantial, 1996. 159), puebla toda su obra, en la misma medida que su
proposición de un tiempo intensivo sustituto del tiempo extensivo
ordinario, «Disimulando el porvenir en la ultra-corta duración de un
directo telemático, el tiempo intensivo reemplazará entonces a ese
tiempo extensivo donde el futuro todavía se disponía según la larga
duración de las semanas, de los meses, de los años por venir.» (La
Máquina de Visión. Madrid, Cátedra, 1989. 88).
(5) «¿Se ha producido esta reconciliación [entre los hombres]? A modo
de pluralidad, las redes y los flujos están edificando una sociedad
planetaria. Angélicos, atareados y vigilantes, sus apóstoles están
convencidos de encarnar la resistencia contra lo inhumano. Pero esta
alternativa entre la euforia comunicacional y los viejos demonios es
una falacia. Disimula, bajo la edificante apariencia de un combate
primordial, la desaparición de la amistad en la sentimentalidad, el
desvanecimiento debido al turismo generalizado de la tradicional
distinción entre lo próximo y lo lejano, y por último, la victoria
del coloquio mundial del mismo con el mismo sobre el mundo común y
sobre la idea de humanidad que la gratitud presupone.
El proceso sigue su curso. Los acontecimientos no han llegado a
significar un acontecimiento que sacuda al hombre moderno. El reino
del sentimiento y la derrota, que sólo puede ser de la ideología, no
han puesto fin al imperio del resentimiento. ¿Inutilidad del siglo
XX?» (La Humanidad Perdida. Barcelona, Anagrama, 1998. 154).
En este mismo sentido ya se había pronunciado Gilles Lipovetsky,
«Cuanto más se debilita la religión del deber, más generosidad
consumimos; cuanto más progresan los valores individualistas, más se
multiplican las escenificaciones mediáticas de las buenas causas y
más audiencia ganan. La era posmoralista no significa expulsión del
referente ético sino sobreexposición mediática de los valores,
reciclaje de éstos en las leyes del espectáculo de la comunicación de
masas. El hechizo del deber rigorista termina, empieza el reino
encantado de los mediashows interactivos de masas. Se perfila una
nueva era, que mezcla las tradicionales parejas de oposición
combinando generosidad y marketing, ética y seducción, ideal y
personalización.» (El Crepúsculo del Deber. La ética indolora de los
nuevos tiempos democráticos. Barcelona, Anagrama, 1994. 134).
(6) «la voluntad del ángel se emplea en cosas opuestas en cuanto a
hacer o no hacer muchas de ellas; pero en lo que se refiere a Dios,
como ve que es la misma esencia de la bondad, no oscila entre cosas
opuestas, sino que, elija ésta o su contraria, a todas se dirige
según Dios, en lo cual no hay pecado.» (Tomás de Aquino, o.c., 1 q.62
a.8).
(7) «¡No me juzguen: tendrían que ser yo para comprenderme! Cada cual
se convierte en una excepción a la que el código tendría que
adaptarse, cada cual deduce el derecho de su propia existencia. La
ley, en vez de contener los apetitos de un ego desmedido, es
requerida para que se ciña al máximo a sus meandros. Pero el
sufrimiento cuando nos golpea confiere a ese relativismo un
fundamento objetivo: nos purifica y nos gratifica con este regalo
inesperado, la candidez recobrada. Y esta candidez no es sólo la
ausencia de mal: es la imposibilidad de la maldad, de la villanía. No
se trata de la inocencia relativa del hombre falible por naturaleza
sino de la inocencia absoluta como estatuto ontológico, la inocencia
del ángel que jamás puede pecar. Todo acto emanado de mí no puede ser
malo puesto que yo soy su fuente y su procedencia lo santifica: me
mantengo puro, incluso cuando por inadvertencia he cometido una
falta.» (La Tentación de la Inocencia. Barcelona, Anagrama,1996.
130,s).
En este mismo sentido, encontramos la afirmación de Robert Hughes
«Desde que nuestra recién descubierta sensibilidad decreta que los
únicos héroes posibles son las víctimas, el varón blanco americano
empieza también a reclamar su estatus de víctima. De ahí el éxito de
esas terapias de culto que nos explican que todos somos víctimas de
nuestros padres: que por grande que sea nuestra locura, nuestra
venalidad o incluso nuestra violencia criminal, no debemos ser
culpados, ya que procedemos de "familias disfuncionales" ... Hemos
recibido modelos de comportamiento social imperfectos, o hemos
carecido del más elemental cariño, o hemos sido maltratados, o tal
vez hemos sido sometidos a la insaciable lujuria de nuestro papi; y
si creemos que no ha sido así, ello se debe únicamente a que hemos
reprimido nuestra memoria.» (La Cultura de la Queja. Barcelona,
Anagrama, 1994. 17,s).
Dicho de otro modo, «La lista que enuncia las faltas de los padres es
larga: se descargan de su responsabilidad en los enseñantes, dejan
que los hijos se embrutezcan delante de la televisión, ya no saben
hacerse respetar. A medida que el niño triunfa, las fallas de la
educación familiar son más sistemáticamente señaladas y denunciadas.
Ya no hay niños malos. Sólo malos padres.» (Gilles Lipovetsky, o.c.,
165).
En fin que nos hemos vuelto unos 'angelitos' en ese sentido que tiene
en español y que equivale a decir unos inocentes niños, a quienes de
nada cabe culpar. Aunque a esta inocencia se podría contestar, como
hace Margarita Rivière, «¿Ángeles? Ni mucho menos: verdaderos
mutantes, un desafío en toda regla a los injustos límites de la
naturaleza.» (Crónicas Virtuales. La muerte de la moda en la era de
los mutantes. Barcelona, Anagrama, 1998. 70); a propósito de la
facilidad con que cambiamos nuestros papeles sexuales (desde una
bisexualidad a la moda), o llegamos a modificar nuestro cuerpo para
cambiar de sexo o forma. Podríamos apuntar, en este sentido, la obra
de la francesa Orlan y sus sucesivos procesos de transformaciones
físicas que entienden su propio cuerpo como materia artística y
objeto de los mejores cirujanos plásticos; y, fuera del ámbito
artístico, que siempre resulta más reducido, el fenómeno de la
anorexia como una tendencia decidida hacia la renuncia 'angélica' a
la fisicidad del cuerpo.
(8) Con su habitual anticipación, Ernst Jünger, advertía «Tendencias
parecidas se encuentran también dentro del mundo técnico. Se acentúan
a medida que progresa la igualación mediante la automatización. Esas
tendencias quieren, de un lado, integrar lo más pronto posible en el
proceso a la persona singular o al menos familiarizarla con él, y, de
otro, debilitar sus vínculos naturales. Estos son vínculos que
individualizan; contradicen la estandarización llevada a cabo por la
automatización y su aceleración. El choque propiamente dicho se
produce entre el mundo erótico y el mundo técnico y sus leyes. Es un
fenómeno de nuestro tiempo y en él se repite el poderoso encuentro
entre el organismo y la organización, que es un fenómeno primordial,
un protofenómeno. Aparecerá en todas las inflexiones de los tiempos y
antes de toda mutación.
En la historia no es raro que en los sitios en que se pretende
ejecutar algo grande se haga violencia a la Naturaleza y quede
afectado el eros. Fenómenos como la ascética, el celibato, el
aislamiento del ser humano antes de grandes hazañas físicas o
espirituales, antes de consagraciones e iniciaciones religiosas, son
conocidos en todas partes. Son fenómenos que van asociados a
situaciones y esfuerzos inhabituales. De ahí que no pueda asombrar
que también los grandes planes estatales se ocupen de cercenar las
exigencias naturales. Es uno de los tributos que la organización
impone al organismo, que el Estado impone a los poderes que, como el
pueblo y la familia, han tenido un crecimiento natural.» (El Estado
Mundial. Organismo y Organización (1960), en La Paz seguido de El
Nudo Gordiano, El Estado Mundial y Alocución en Verdún. Barcelona,
Tusquets, 1996. 198,s).
Un punto de vista coetáneo, y bien distinto, nos ayuda a profundizar
en la presencia del concepto 'red' en este contexto angélico «Primer
"vector de información", el ángel advierte que "el juego siempre se
juega a tres" (Michel Serres). El tercero es el canal. Más
exactamente, la red o la estructura técnica de transmisión.
Comenzando por un soporte material. Tal sería sin duda el enunciado
básico de una mediología. Sin un soporte, el pensamiento sería como
la paloma de Kant privada de elemento: incapaz de elevarse. Así, sin
el ángel, Dios sería incapaz de descender. Rehabilitar el ángel es
rehabilitar la juntura técnica entre los reinos y los niveles de la
realidad. Rehabilitar las flechas y los vectores.
Era la sustracción misma de lo Absoluto fuera del mundo la que, en el
monoteísmo, hacía ineluctable la interfaz, imponiendo el "puente",
por lo imaginario, de lo divino simbólico a lo humano efectivo. Como
la facultad imaginativa colma la separación abismal entre lo
inteligible y lo sensible, el ángel es un monstruo necesario, una
fantasía rigurosa, sin la cual lo Increado primordial no habría
podido, lisa y llanamente, hacerse escuchar ni reconocer por sus
criaturas. (Régis Debray, o.c., 78,s).
(9) Dicho de otro modo, la pérdida de autonomía de la obra de arte,
que es el gran logro de la modernidad.
(10) «Había en el centro como una forma de cuatro seres cuyo aspecto
era el siguiente: tenían forma humana. Tenían cada uno cuatro caras,
y cuatro alas cada uno. Sus piernas eran rectas y la planta de sus
pies era como la planta de la pezuña del buey, y relucían como el
fulgor del bronce bruñido. Bajo sus alas había unas manos humanas
vueltas hacia las cuatro direcciones, lo mismo que sus caras y sus
alas, las de los cuatro. Sus alas estaban unidas una con otra: al
andar no se volvían; cada uno marchaba de frente. En cuanto a la
forma de sus caras, era una cara de hombre, y los cuatro tenían cara
de león a la derecha, los cuatro tenían cara de toro a la izquierda,
y los cuatro tenían cara de águila. Sus alas estaban desplegadas
hacia lo alto; cada uno tenía dos alas que se tocaban entre sí y
otras dos que le cubrían el cuerpo; y cada uno marchaba de frente;
donde el espíritu le hacía ir, allí iban, y no se volvían en su
marcha.» (Ez. 1, 4-12)
«En medio del trono, y en torno al trono, cuatro Vivientes llenos de
ojos por delante y por detrás. El primer Viviente, como un león; el
segundo Viviente como un novillo; el tercer Viviente tiene un rostro
como de hombre; el cuarto viviente es como un águila en vuelo. Los
cuatro Vivientes tienen cada uno seis alas, están llenos de ojos todo
alrededor y por dentro, y repiten sin descanso día y noche:
"Santo, Santo, Santo,
Señor, Dios Todopoderoso,
'Aquel que era, que es y que va a venir'."» (Ap. 4, 6-8)
(11) «Vi veinticuatro tronos alrededor del trono, y sentados en los
tronos, a veinticuatro Ancianos con vestiduras blancas y coronas de
oro sobre sus cabezas.» (Ap. 4, 4).
«los veinticuatro Ancianos se postran ante el que está sentado en el
trono y adoran al que vive por los siglos de los siglos, y arrojan
sus coronas delante del trono diciendo:
"Eres digno, Señor y Dios nuestro,
de recibir la gloria, el honor y el poder,
porque tú has creado el universo;
por tu voluntad, no existía y fue creado."» (Ap. 4, 10-11).
(12) «y cuál la soberana grandeza de su poder [el de Dios] para con
nosotros, los creyentes, conforme a la eficacia de su fuerza
poderosa, que desplegó en Cristo, resucitándole de entre los muertos
y sentándole a su diestra en los cielos, por encima de todo
Principado, Potestad, Virtud, Dominación y de todo cuanto tiene
nombre no sólo en este mundo sino también en el venidero. Bajo sus
pies sometió todas las cosas y le constituyó Cabeza suprema de la
Iglesia, que es su Cuerpo, la Plenitud del que lo llena todo en
todo.» (Ef. 1, 19-23)
(13) «Del trono salen relámpagos y fragor y truenos; delante del
trono arden siete antorchas de fuego, que son los siete Espíritus de
Dios» (Ap. 4, 5)
(14) «Yo soy Rafael, uno de los siete ángeles que están siempre
presentes y tienen entrada en la Gloria del Señor.» (Tb. 12, 15)
(15) «Entonces se entabló una batalla en el cielo: Miguel y sus
Ángeles combatieron con el Dragón. También el Dragón y sus Ángeles
combatieron, pero no prevalecieron y no hubo ya en el cielo lugar
para ellos. Y fue arrojado el gran Dragón, la Serpiente antigua, el
llamado Diablo y Satanás, el seductor del mundo entero; fue arrojado
a la tierra y sus Ángeles fueron arrojados con él» (Ap. 12, 7-9).
(16) Ex. 12, 23.
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